Leyendas  

Visita a los Siete Templos

Autor: Manuel Lozoya Cigarroa

Era el mes de abril del año 1937 y Don Pablo Rodríguez a quien sus compañeros choferes llamaban “El Cacahuate”, se había pasado el día somnoliento y triste porque no había salido trabajo para su carro de sitio que era un Ford modelo 1934. El hombre resignado esperaba pacientemente, consciente de que así es el trabajo de los carros de alquiler y sobre todo en la ciudad de Durango, lugar donde se presentaron los acontecimientos que se narran.

A las nueve de la noche más o menos, se presentó un hombre de aspecto campesino solicitando una dejada a su casa. Era la primera oportunidad de trabajo que se le presentaba a Don Pablo en todo el día, razón por la cual, el hombre no puso condiciones ni regateó el servicio y ubicando al cliente en el interior de su automóvil se colocó al volante diciéndole:

  • ¿A dónde lo llevo?
  • Lléveme a la granja de los López, que está más para allá del panteón por rumbo al San Martina.

El chofer se frotó las manos y dijo:

  • Es muy lejos y le cuesta cinco pesos la dejada.
  • Muy bien, aquí tiene los cinco pesos y hágame el favor de llevarme, ya es de noche y temo que en el camino me salga algún malora y me de un susto.

El viaje se realizó sin contratiempo y después de media hora de camino, el cliente quedó instalado en su casa y Don Pablo inició el regreso. El camino era sinuoso y lleno de hoyos, producto del exceso de tránsito de carros mulas quienes con sus llantas de fierro y la pesada carga, mucho descomponían la incipiente brecha.

Ocupado el chofer en conducir el vehículo, tratando de evitar fuertes golpes que ocasionaran la quebradura de algún muelle, perdió la noción del tiempo y la distancia, cuando menos lo esperaba, advirtió que a la orilla del camino una dama le hacía la parada a su carro.

Pensó de inmediato evitarla, considerando que se trataba del gancho para un asalto y que le quitaran los únicos cinco pesos que acababa de ganar en todo el día.

Por otra parte, lo atrajo el hecho de mirar que se trataba de una mujer joven y guapa, que bien podría ser el principio de una aventura amorosa.

También sintió un sentimiento de compasión, al pensar que se trataba de una muchacha que se encontraba con algún problema y el en ese momento era factor de colaboración y ayuda para ella.

No supo por qué, la realidad es que Don Pablo paró el carro y la mujer después de dar las buenas noches en forma cortés le dijo:

  • Por el nombre de Dios, hágame el favor de llevarme a la ciudad de Durango y luego me traerá ya que tengo un apuro que resolver… Dios lo puso a usted para que me ayude…

La presencia y voz de aquella dama inspiraba confianza, al mismo tiempo que propiciaba un compromiso de ayuda incondicional.

La señora subió al asiento trasero del coche y no volvió a pronunciar palabra.

Cuando penetraron a las primeras calles de la ciudad serían aproximadamente las once de la noche y el conductor preguntó:

  • ¿A dónde la llevo?
  •  Me hace el favor de llevarme a varios lugares, pero no se preocupe sus servicios serán muy bien recompensados. De momento lléveme a la Catedral.

El vehículo se estacionó por avenida 20 de Noviembre, exactamente frente al templo mayor de la ciudad de Durango.

La mujer se bajó, y contemplando la fachada de la iglesia, avanzó hasta llegar a la puerta, donde se postró de rodillas y permaneció largo rato en oración.

Se santiguó devotamente y abordando el carro manifestó:

  • Por favor lléveme al templo de Analco.

Se repitió la escena de Catedral y cuando llegó al carro manifestó:

  • Ahora lléveme a San Agustín.

Después continuó  a San Juan de Dios, luego a Santa Ana, posteriormente a San Miguel y finalmente pidió que la llevaran al templo del Sagrado Corazón de Jesús que por esos años se encontraba en proceso de construcción.

En los siete templos hizo lo mismo, bajarse del vehículo, acercarse a la puerta del templo, hincarse en el piso, rezar por algunos minutos devotamente, santiguarse con solemnidad y finalmente retirarse en actitud serena y discreta.

Cuando terminó la visita al último templo le dijo al chofer:

  • Gracias a Dios ya cumplí con mi promesa, ahora hágame favor de llevarme al panteón.
  • Lo hago con gusto señora.

El carro partió con rumbo al oriente y Don Pablo ya muy intrigado se preguntaba:

  • ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? ¿Por qué a estas horas anda visitando templos? ¿Cómo se llama? ¿Dónde vive?

Estas y otras muchas interrogantes abrumaban la mente del humilde chofer, quién consideraba que la visita del panteón era parte del programa del recorrido y ahí tendría que esperarla un rato para regresarla a la ciudad.

Cuando llegaron a la puerta principal del cementerio, la distinguida mujer se bajó del carro, le pidió papel y pluma fuente al operador y después de escribir con su propia mano le entregó el recado escrito al “Cacahuate” diciéndole:

  • Le suplico tenga la bondad de llevar el día de mañana esta nota a la persona que va dirigida en la dirección para que liquiden sus servicios.

Don Pablo con la tenue luz de un fósforo había leído el documento y advirtió que estaba dirigido a un señor doctor conocido suyo y replicó:

  • ¡Señora! ¿Cómo me va a creer el doctor que usted me manda?
  •  No tendrá problemas, entregue este anillo al doctor junto con el recado y dígale a cuánto asciende la cuenta.

Si por alguna circunstancia le niega el pago, quédese usted con el anillo que bien vale lo que se le debe.

  • Yo me quedo aquí.

El chofer ya no quiso saber más de la mujer, tomó el recado y el anillo y los guardó; en tanto que con el rabo del ojo pudo advertir que la dama vestida de negro entraba tranquilamente por la puerta al interior del panteón.

Muy nervioso se trasladó a su casa donde llegó a la altura de las  tres de la mañana. Contó lo sucedido a su esposa quien para tranquilizarlo le dijo:

  • No es nada malo, lo que pasó fue que Dios te quiso ayudar con ese trabajo, ya verás que mañana el doctor te pagará más de treinta pesos.

Pablo no pudo dormir en toda la noche y al amanecer se quedó dormido. Despertó a las once de la mañana e inmediato se fue a cobrar la cuenta.

El médico, a quién estaba dirigida la nota se sorprendió al mirarla y tratando de fingir serenidad, tomó el anillo, lo examinó y dijo al chofer:

  • Si es Josefina, no tengas cuidado yo te pago todo.

Toma estos veinte pesos de momento y vuelve pasado mañana por el resto. Entre tanto el señor doctor llamó a un calígrafo a efecto de que le dictaminara en base a la comparación de otros documentos si aquella nota había sido escrita por su esposa Josefina que había muerto hacía un año. La sortija correspondía al anillo de matrimonio que la señora se había llevado a la tumba.

No había duda, el dictamen de los expertos y la opinión de toda la familia fue que tanto la letra del documento como la alhaja que tenía un brillante pertenecían a Josefina quien había venido del más allá a cumplir un compromiso, a pagar una manda o a demostrar la existencia de una cuarta dimensión a la que trascenderemos los humanos.

Cuando todo quedó debidamente probado, Don Pablo recibió doscientos pesos por sus servicios, al mismo tiempo que la noticia del suceso increíble se extendía por toda la ciudad como reguero en pólvora. Muchas personas que aún existen, dan testimonio de la realización del caso insólito.