Es una piedad llena de romanticismo al mostrar en Jesús los vestigios de su pasión: manos perforadas por los clavos, puntas de espina en su frente, herida de lanza en su costado, rodillas heridas por las tres caídas y la sangre que aun brota de su costado, manos y pies; labrada en bajo relieve para mayor volumen.

Se trata de la última etapa de Benigno Montoya, muy probablemente su último monumento funerario donde proyectó su madurez como escultor en la composición que por excelencia los artistas a lo largo de la historia del arte han buscado concretar a partir de la magna obra de Miguel Angel: “La Piedad”.

La composición de esta bella obra escultórica muestra un alto relieve en cantera donde se aprecia a Jesucristo muerto siendo sostenido en el regazo de su madre. Se muestra gran detalle en los drapeados del manto de María y el labrado de sus ojos, y Cristo, como figura central de la composición, se proyecta con profundo conocimiento de la anatomía. La congruencia en la relajación muscular de un cuerpo muerto donde los detalles emergen a través de los falanges, clavícula y venas que se logran observar entre la piel del cuerpo yacente de Jesús.

Es interesante apreciar el fino trabajo del cabello y barba desarrollado en un acabado de filigrana, cuidando los perfiles volumétricos de los rostros que se perfilan con vestigios de dolor.