Leyendas  

Cuca Mía

Autor: Manuel Lozoya Cigarroa

Eran los primeros años de la Revolución mexicana, cuando el joven Gabriel Gavira se incorporó al ejército que luchaba contra la dictadura porfirista. Participó en innumerables combates donde se distinguió por su valentía y pronto escaló todos los grados de la oficialidad hasta llegar a general brigadier.

Recorrió en su carrera militar ciudades de la República y en una de ellas sucedió lo inesperado. Conoció en la ciudad de Guanajuato a una dama de nombre María del Refugio que por su belleza lo impresionó. Ella era alta, esbelta y de cuerpo bien proporcionado, su tez blanca como las azucenas y sus ojos negros como el azabache; sus labios finos y rojos, su cabello negro como la noche.

El militar del relato se enamoró perdidamente de la joven a la que por cariño llamó Cuca.

Todas las noches se veían en el balcón de la casa de la muchacha y pronto hicieron compromiso de matrimonio, concertando la realización del evento para una fecha muy próxima. La noticia se propagó por el vecindario y todas las personas que integraban el círculo de amistades de la desposada, se preparaban para el magno acontecimiento.

 De pronto, llegó a la Jefatura de Operaciones Militares de la ciudad minera un escueto telegrama que decía:

“Es urgente la presencia de la brigada Toluca que comanda el general Gabriel Gavira, para que se presente de inmediato en la ciudad de Zacatecas”.

El comandante de la plaza llamó al militar del relato dándole esta orden escueta:

  • Mi general, por instrucciones superiores debe estar usted con su gente el día de mañana en la ciudad de Zacatecas. Acuartele su tropa y saldrá esta misma noche.

Aquella orden le cayó a Gavira como baño de agua fría. En el momento pensó el efecto que tendría aquella información en el ánimo de Cuca, de los familiares y amistades de la novia sabedores de que estaban a cinco días de presenciar la ceremonia de la boda. Se quedó perplejo sin hallar qué hacer ni qué decir. Por unos segundos permaneció inmóvil… Se serenó y en segundos de reflexión recordó que las órdenes militares no se discuten. Solamente se cumplen.

Cuadrándose ante quien le daba la orden hizo el saludo militar y contestó:

  • Enterado mi general, sus órdenes serán cumplidas.

Eran las cinco de la tarde y la salida del tren se había previsto para las diez de la noche en punto.

Serenamente ordenó que se tocara llamada de oficiales, se reunió con ellos, les informó de la salida urgente de la brigada y ordenó que se tocara llamada de tropa para acuartelar a la gente. Se pudo desocupar un poco a las ocho de la noche y mientras su asistente preparaba las maletas para partir, con paso firme se dirigió a la casa de su amada para darle la noticia. En el camino iba pensando que Cuca y su familia lo tomarían por un mentiroso, que nadie entendería el rigorismo del cumplimiento de la disciplina militar.

Al tocar la puerta salió la muchacha, se le colgó del cuello y le dio un beso al mismo tiempo que le decía:

  • Mira Gabriel, ya compré las flores para el ornato de la boda; las pagué y me las entregarán dentro de cuatro días, o sea, un día antes de la boda. El militar fingiendo serenidad le contestó:
  • Te vengo a avisar que la boda se realizará un poco tiempo después de la fecha que habíamos señalado, en virtud a que yo salgo para Zacatecas esta misma noche y no se cuando regresaré. Las fuerzas del general Villa acaban de tomar Torreón y amenazan con apoderarse de Zacatecas, razón por la cual el alto mando ha dispuesto que la brigada que yo comando se traslade de inmediato para aquella ciudad y son órdenes que debo de cumplir.

 Cuca prorrumpió en llanto y le dijo:

  • No mi amor, no me dejes, yo me voy contigo.
  • Pero… tus papás y tus amigos, ¿Qué dirán?.
  • No sé, pero yo me voy contigo y estaré junto a ti en

la trinchera si es necesario.

No se habló más, María del Refugio abordó el tren militar y salió acompañando a su amado como estaba previsto a las diez de la noche en punto.

Poco tiempo estuvieron en la ciudad antes referida, las operaciones de la guerra reclamaron la presencia de esa brigada constitucionalista para desalojar a las diezmadas tropas del Centauro del Norte de la ciudad de Torreón. Cuca como inseparable soldadera acompañó a su esposo. Ya en el momento del combate, el general quiso dejarla custodiada por fuerte escolta en el carro de ferrocarril que les servía de casa. La mujer se negó diciéndole a su esposo:

  • No Gabriel, yo no quiero separarme nunca de ti y si el destino quiere que yo me muera en combate, te pido que aun muerta me des un beso en la boca que servirá de postrer de despedida. Lo mismo haré yo, si una bala enemiga te quita la vida. Este compromiso será para siempre y te pido que nunca lo olvides.

El combate fue reñido, al fin las tropas villistas abandonaron la plaza y la brigada Toluca entró con honores a la Perla de la Laguna.

El tiempo pasó, y Gavira con su gente de Torreón se trasladó a Chihuahua, de esta a Zacatecas y luego a Irapuato, en tanto que Francisco Villa cada día más debilitado, en otros tiempos gloriosa División del Norte, sufrió fuertes descalabros en Chihuahua y Sonora y optó como gran estratega por la guerra de guerrillas.

Habituado el duranguense a luchar contra todo y contra todos, no hubo ejército federal y extranjero capaz de dominarlo. Junto con sus leales e indomables Martín López, Fernández, Trillo y otros, se dio el lujo de penetrar hasta el Palacio de Gobierno de la ciudad de Chihuahua cuando lo perseguían.

Considerando el presidente Carranza que Villa tenía siempre en jaque a los estados de Durango y Chihuahua, por los años de mil novecientos dieciséis y diecisiete, ordenó que el general Gabriel Gavira se hiciera cargo de la Comandancia Militar y Gobierno del Estado de Durango.

Así María del Refugio, digna abnegada y valerosa, se convirtió en la primera dama del Estado.

Gavira, con el doble de responsabilidad del Gobierno Civil y Militar en la entidad, no descansaba; ordenó la remodelación de la ciudad demoliendo el Convento y Templo de la Tercera Orden de San Francisco, el Portal de las Palomas y el Palacio Municipal que se encontraba frente a la catedral.

Además de las obras materiales, le interesaba la tranquilidad social del Estado y, sobre todo, lo que más le quitaba el sueño era la rebeldía latente del villismo.

El día 24 de febrero de 1918, las fuerzas del Centauro intentaron formalmente destruir un gran contingente militar federal que se encontraba acantonado en Santa María del Oro, Dgo.; luego se dirigieron a Magistral, para de ahí continuar a Tepehuanes.

Al conocer estos inquietantes informes el jefe de Operaciones Militares decidió salir con un fuerte contingente de tropa a abatir a los villistas. Así salió el general Gavira a hacerse cargo personal de las acciones militares. Cuca se quedó con el corazón partido porque no pudo acompañar a su esposo. Se encontraba embarazada de su tercer hijo y su estado de salud era delicado.

Al despedir al general le dijo:

-Dios te ha de cuidar y si te toca la de malas, deja dicho que trasladen tu cadáver a mi presencia para darte el beso en que estamos comprometidos desde Torreón.

El militar tuvo suerte, salió airoso en su campaña y consiguió replegar al enemigo hasta el vecino estado de Chihuahua.

Entusiasmado, regresó a la ciudad de Durango para incorporarse con su esposa amada, solamente que el destino había dispuesto lo inesperado. El delicado estado de salud de María del Refugio no resistió la angustia de la ausencia del esposo querido que se encontraba en peligro y falleció repentinamente. Inútiles fueron los esfuerzos realizados por avisarle a Gavira del fatal acontecimiento. No se le pudo localizar en ninguna parte porque sus desplazamientos eran ultra secretos.

Cuando llegó a su casa hacía veinticuatro horas que se había sepultado a su esposa. El augusto y austero militar prorrumpió en llanto al conocer la noticia. Recordó lo que su mujer le había dicho en el momento de su partida y sin meditarlo mucho se hizo acompañar de un pelotón de soldados y se dirigió al Panteón de Oriente. Al llegar al sepulcro sin mayores trámites ordenó la exhumación del cadáver. El quería contemplar a su amada y entregarle el beso postrero de despedida. Grande fue su sorpresa y mayor desesperación al abrir el féretro y constatar que el cuerpo estaba boca abajo y en las manos acusaba huellas de haber hecho el esfuerzo por abrir la caja.

Todo manifestaba que la señora había sido víctima de un letargo solamente y había vuelto en sí, cuando se encontraba ya sepultada.

El general lloró como un niño, llamó a varios médicos para que la revisaran; la hizo velar dos noches seguidas con la esperanza de un milagro de resurrección. Todo fue inútil, María Refugio estaba bien muerta.

Gavira desconsolado le entregó el beso de compromiso y sobre su tumba ordenó se escribiera el siguiente epitafio:

17 de octubre de 1918.

I

Fue a un tiempo honrada y hermosa

Raro en mujer sin fortuna

Cual ninguna cariñosa

Discreta como ninguna

II

Nuestras vidas se fundieron

De amor el fuego candente

Mas las iras atrajeron

Del que dichas no consciente

III

Y arrebatar mi tesoro

Llegose la muerte impía

Llevándose a la que adoro

En mi ausencia, Cuca Mía.