A la consolidación de la beatificación de los mártires cristeros en el año 2000, pertenecientes a la arquidiócesis impulsada por el sexto arzobispo de Durango Antonio López Aviña; esta capilla se convirtió en una reliquia de tercer grado al haber sido sepulcro que custodió los restos mortales de un santo como el presbítero Mateo Correa.

Al igual que el monumento al canónigo Jesús Contreras, esta capilla se levantó con la donación económica de los feligreses.

La capilla maneja una composición muy interesante; se trata del triunfo de la fe ante el racional neoclásico, según su atavío ornamental iconográfico y su deducción iconológica.

La arquitectura de este monumento funerario se establece sobre planta rectangular con una base de zócalo y cornisa rectilínea que rodea la capilla. El pórtico que se proyecta al sur, se conforma in antis, con una puerta rectangular enmarcada en cantera que ostenta epigrafía alusiva a plegarias. Este marco se remata en relieve con gablete de orlas que parte de un pensamiento que se ubica al centro.

Se maneja en la parte superior un entablamento con friso, dentículos, metopas prolongado y triglifos frontales; el friso en su frontalidad maneja una cartela biográfica y en el metopas se decora con cruces enmarcadas en claraboyas.

Se corona el conjunto arquitectónico con un frontis triangular cerrado; decorado por dentículos en el marco del tímpano y al centro, se esculpe en relieve una prominente palma de martirio. Se remata con una cruz latina de brazos de diamante, que al centro se le esculpen los tres clavos alusivos a la pasión de Cristo.